Por: Margarita Nieto

El Parque Nacional Natural (PNN) Katíos es un área protegida declarada en 1973, con una extensión de 72.000 hectáreas y registros de 412 especies de aves, 38 de anfibios, 105 de reptiles, 182 de mamíferos y 933 tipos de plantas. El área hace parte del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia, se encuentra al noroccidente del país en la región del Darién y Urabá, en los departamentos del Chocó (municipios de Unguía y Riosucio) y Antioquia (municipio de Turbo). Limita al occidente con el Parque Nacional El Darién en Panamá, con quien comparte el título de Patrimonio Mundial Natural y de Reserva de Biosfera; figuras que reconocen su importancia como zona de intercambio de fauna y flora entre Centro y Suramérica, además de representar una gran variedad socioeconómica y cultural, por la presencia de comunidades indígenas, negras y mestizas.

Los Katíos siempre había sido para mí, un lugar deseado para ir a pajarear. Desde las primeras salidas de Juan David Ramírez, Pablo Flórez, Ana María Castaño y Nicolás Londoño, décadas atrás, cuando apenas empezabamos a conocer las aves, el Parque era todo un hito. El libro Aves de Katíos, escrito por Vicente Rodríguez y editado por el INDERENA en 1982 y esa lista de posibles especies, incluidos los deseos de la Serranía del Darién, siempre habían motivado mi sueño de conocerlo. En una ocasión Juan David Ramírez y yo, intentamos entrar al Parque, y a pesar de haber llegado hasta Turbo con las maletas listas, en esa época el jefe nos informó que no podía permitirnos la entrada por temas de seguridad, entonces terminamos, después de recorrer un largo trayecto de planicies y pantanos que parecen interminables en el cerro El Cuchillo; un lugar en Chigorodó, detrás de Lomas Aisladas, el único cerro con un relicto de bosque. Allí observamos, entre otras especies, la Plañidera Rufa (Rhyptipterna holerythra).

La primera entrada ocurrió años después. En el año 2013, solicitamos permiso al jefe del Parque y entramos por Sautatá; en Turbo tomamos la lancha que se dirige hacia Quibdó, cruzamos por la desembocadura del río Atrato al Golfo de Urabá y tomamos rumbo aguas arriba, nos bajamos en el pueblo de Tumaradó y allí nos recogió un funcionario del Parque, que pocos metros río arriba se desvió por una entrada en sentido suroccidente y avanzó en la lancha hasta donde el agua lo permitió. Luego caminamos un pequeño tramo hasta llegar a la cabaña de Sautatá, son aproximadamente 1300 metros de distancia desde el río Atrato. En el trayecto, el sonido, las huellas y el fuerte olor de una manada de zaínos, nos dieron la bienvenida. Esta es una de las principales entradas del Parque, allí quedan aún los restos de una imponente instalación que, en su momento, estuvo apadrinada por el gobierno de Estados Unidos, cuyo propósito era evitar que pasara la aftosa por el estrecho del Darién, nos contaron que, por eso, el Parque en los 70´s contaba con un equipo más numeroso de profesionales en comparación al que existe ahora. Esta visita fue en época húmeda y el lugar nos recibió con toda su exuberancia, en esa ocasión observamos, desde el mirador, el imponente vuelo del Águila Iguanera (Spizaetus tyrannus) y en los alrededores de la cabaña, otras especies como el Paujil del Chocó (Crax rubra), el Gran Jacamar (Jacamerops aureus) yelBobo de Noanamá (Bucco noanamae), una danta (Tapirus bairdii) y un venado (Odocoileus virginianus tropicalis) que se cruzaron en las rutas, y vimos constantes huellas frescas de jaguar (Panthera onca) en las mañanas.

Águila Iguanera/Black Eagle-Hawk/Spizaetus tyrannus. Foto: Juan David Ramírez
Gran Jacamar/Great Jacamar/Jacamerops aureus. Foto: Juan David Ramírez

Sin embargo, con esta visita había quedado en deuda de organizar otro viaje con el grupo de La Pesada y para el año 2018 logramos emprender una pajareada con Rodrigo Gaviria, Paul Betancur, Diego Calderón, Juan David Ramírez y Daniel Piedrahita. La jefa del área, Nianza Angulo, permitió la entrada y siempre estuvo abierta a la posibilidad de generar más información sobre la avifauna del Parque; el profesional del equipo, Octavio Betancur, nos ayudó a diseñar la ruta, que se concentró principalmente en Sautatá y el río Cacarica. Marisela fue la guía estrella del viaje, era miembro del equipo del área protegida y estuvo encargada de la logística, desde la comida y el alojamiento, hasta la gasolina, que implicaba un conteo extenuante y continuo de litros de gasolina para aquí y para allá, en cada tramo y para cada lancha, además, fue líder en maniobrar la lancha durante el último tramo de un río bastante empalizado que tuvimos que cruzar a oscuras para llegar a la comunidad indígena Wounaan de Juin Puhbuur.

Bobo de Noanamá/Sooty-caped Puffbird/Bucco noanamae. Foto: Rodrigo Gaviria Obregón

El viaje fue en los últimos días del mes de enero, empezamos la pajareada en Bocas del Atrato, el pueblo de Tumaradó sobre el río Atrato, la Ciénaga del mismo nombre y luego la cabaña de Sautatá; allí estuvimos los primeros cuatro días y desde la primera noche nos acompañó, cerca de la casa, el Búho Carinegro (Ciccaba nigrolineata).

Buho Carinegro/Black and White Owl/Ciccaba nigrolineata. Foto: Rodrigo Gaviria Obregón

Desde la cabaña de Sautatá una ruta conduce al mirador La Popa, donde se divisa un gran tramo del río Atrato, los cativales (Prioria copaifera), la inmensa planicie que se inunda en periodos de lluvias (llanura aluvial), el complejo de ciénagas y la imponencia de los Guipos o Voladores (Cavanillesia platanifolia). Otra ruta es hacia las cascadas La Tigra, el Tendal y El Tilupo, las dos primeras son encuentros maravillosos con la imponente fuerza del agua y las increíbles formas de caída que puede tener una cascada. En esta ruta nos sorprendió el llamado y vuelo rápido de un Águila Arpía (Harpia Harpyja). La cascadaEl Tilupo, de casi 100 metros de altura, esa cascada que Juan David Ramírez sueña con volver a ver y que, cada vez que puede, sobrevuela en rutas de avioneta por la zona. Imagino que debe ser una gran experiencia, porque, aunque logramos avanzar entre el bosque tropical húmedo hacia esa cascada, aún hay razones de seguridad que restringen su paso y entonces, conocerla seguirá siendo un deseo, que espero se cumpla en una próxima oportunidad. 

En estos recorridos disfrutamos de algunas especies como el Paujil del Chocó (Crax rubra), elBobo de Noanamá (Bucco noanamae), el Bobo Barrado (Nystalus radiatus), el Gran Jacamar (Jacamerops aureus), el Saltarín Mirlo Piquifino (Schiffornis stenorhyncha), la Plañidera Manchada (Laniocera rufescens), el Águila Iguanera (Spizaetus tyrannus), el Águila Coronada (Spizaetus ornatus), el Carpintero Canela (Celeus loricatus), la Guacamaya Rojiverde (Ara chloropterus), la Guacamaya Azuliamarilla (Ara ararauna), el Batará Negro (Thamnophilus nigriceps), el Tororoi de Anteojos (Hylopezus perspicillatus), el Hormiguero Dorsipunteado (Hylophylax naevioides), la Elaenia Gris (Myiopagis caniceps), la Plañidera Rufa (Rhyptipterna holerythra), el Cucarachero Gaitero (Cyphorinus phaeocephalus). Y no se puede dejar de contar, las huellas frescas de jaguar (Panthera onca) en las mañanas.

La Cavenillesia. Foto: Juan David Ramírez

Después de 5 noches en la cabaña de Sautatá, salimos nuevamente al río Atrato y río arriba nos dirigimos hacia Puente América en Riosucio, en este punto se encuentra cerca la desembocadura del río Cacarica, desde allí, hicimos transbordó en lanchas más pequeñas para irnos aguas arriba en dirección a la comunidad indígena Juin Puhbuur, más cerca al límite con Panamá y donde nos alojamos las siguientes noches. Cuando Octavio explicaba las condiciones de la ruta y señalaba que debíamos bajarnos en algunos tramos y arrastrar la lancha, uno se imaginaba como podría ser, aunque luego de estar ahí, ver los meandros estrechos del río, sentir el nivel del pantano y el peso de las lanchas cuando estábamos enterrados en el cauce empujándolas, aun me resultan escazas las palabras para describir tal situación. Recuerdo haber visto un par de veces a Rodrigo con ganas de devolverse, aunque seguro lo pensó en más ocasiones. Mientras hacíamos esta travesía que parecía interminable, nos contaban que esta es la situación que viven tantas personas extranjeras que llegan hasta allí, con el ánimo de cruzar el Tapón del Darién y continuar la ruta del “sueño americano” hacia Estados Unidos.

Puente América. Foto: Rodrigo Gaviria Obregón

La estadía con la comunidad indígena fue una grata experiencia, tuvimos espacios al final de la jornada para compartir con ellos las especies observadas y conversar sobre lo que más reconocían en la zona, identificando aves en la guía que les presentamos. Desde allí iniciamos recorridos por un bosque, cuyos altos niveles de humedad son algo inolvidable, aunque caminamos en dirección a la frontera con Panamá, no llegamos al Hito del Palo de Letras, pero recorrimos un buen tramo de este bosque. Era un ambiente con imponentes ceibas, cuyos restos de botas pantaneras, ropa y otros recuerdos, señalan tantos anhelos y angustia que cruzan por allí constantemente. En esos días se tuvo registro de algunas especies como: el Hada Coliblanca (Heliothryx barroti), el Tinamú Grande (Tinamu major), el Águila Iguanera (Spizaetus tyrannus), el Trogón de Liguero (Trogon caligatus), el Bobo Coronado (Notarchus tectus), el Hormiguerito Alirrufo (Herpsilochmus rufimarginatus) y el Guardabosque Rufo (Lipaugus unirufus).

Con la comunidad Phubuur. Foto: Rodrigo Gaviria Obregón

Al regreso tuvimos nuestra última parada en Tumaradó, el pueblo se preparaba para el Festival del Bocachico y nosotros para despedirnos de este lindo sitio de Colombia y agradecer a todo el equipo del Parque por tan buena experiencia.

Actualmente, el PNN Katíos es uno de los sitios imperdibles para realizar el conteo de aves en el Global Big Day, eso motiva enormemente al equipo del área para conocer más de su avifauna y promover su avistamiento y conservación.

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